sábado, 30 de agosto de 2008

EN DOS MINUTOS

No recuerdo la última palabra, el último abrazo o el último beso, simplemente porque no lo valoré. En esa tarde de angustia, llevaste contigo parte de mí. Parte de la cordura y equilibrio que habías cultivado en mí, se marchitó hasta volverse nada.

No lo merecías, no merecías ese sufrimiento.

Me arrepiento de haberte rechazado y olvidado durante los últimos días. Al recordar el amor que me tenías, lo importante que yo era para ti, y comparar con la forma en que actué, me causa gran culpa, gran desprecio hacia a mí misma. No me lo perdono.

Haberme separado de ti durante esos últimos días, amortiguó el dolor que sentí cuando dejaste de existir; no es así, me engaño si lo creo. No soportaba la situación y sólo pensaba en escapar de la realidad que me atormentaba. Pero nada justifica el dolor que estoy segura te cause, cuando desalmadamente te abandoné. Se cuanto querías verme y escucharme. Mi presencia te hubiese reconfortado, de eso estoy segura. Por esas razones no soy capaz de perdonarme.

Sigo creyendo que no lo merecías, no merecías algo tan cruel.

Recuerdo tu voz llena de amor y paciencia cuando te dirigías a mí. Tus ojos radiantes de ternura como nunca he vuelto a ver igual. Te recuerdo llena de alegría y fortaleza. Pero recuerdo también cuando lenta y dolorosamente, la luz de tu vida se iba a pagando.

Después de siete años, sigo sin tener el valor de pararme ante tu tumba. Es un sufrimiento que no he superado, es un trauma del que me quiero liberar.

Quisiera dos minutos para decirte lo tanto que amé y te sigo amando. Te agradecería todo lo que hiciste por mí, te diría que nada ni nadie te reemplaza en mi corazón. Te pediría perdón por la poca paciencia que te tuve cuando más me necesitabas. Quizá con eso encontraría paz en plenitud.

Abuelita: En mi corazón, en mi mente y en mis fotos, sigues presente, sigues inmortal.

No hay comentarios: